Entrevista a Ana Penyas
Ana Penyas acaba de ser galardonada con el Premio Nacional del Cómic 2018 por su obra Estamos todas bien. Aprovechamos la ocasión de la entrevista que le realizaron Alicia Palmer y Norman Fernández para el número 58 de la revista Z a raíz de la aparición de la obra: una suerte de reivindicación y una sentida reflexión sobre la figura de las abuelas de la autora, pertenecientes a una generación a la que le fue vedada su mismo desarrollo vital como mujeres.
– Empecemos por el nombre. Todo un acierto; tres palabras que sugieren mucho y generan emociones. ¿Desde el comienzo tenías claro que ese debía ser el título?
Si, de hecho fue de las primeras decisiones. En principio solo tenía una breve historia de ocho páginas con el título de Estamos todas bien, ampliarlo a una novela gráfica fue una decisión posterior. Es una frase que surgió intentando cerrar el final de esas ocho páginas y que posteriormente me ha servido como guía de un tono y un doble sentido que quería mantener a lo largo de la historia.
– Los objetos, la ambientación tanto ahora como de jóvenes es impecable ¿Qué recursos utilizas para recrear la atmósfera que buscas?
A nivel técnico, el recurso es la transferencia fotográfica. En el caso de la ambientación en el presente, fotografié los objetos de las casas de mis abuelas, los escenarios de sus barrios, etc. y luego los introduje a modo collage. En el caso del pasado, esos objetos vienen por una contextualización previa: buscando imágenes de archivo, viendo películas. En esta historia los objetos tienen un papel narrativo importante, les doy mucho valor simbólico.
– Tus abuelas son representativas de una época donde, además de la falta de derechos cívicos y pocas alternativas al matrimonio, sufrieron una implacable represión sexual unida a la máxima exaltación de la maternidad; esto dio lugar a una generación de mujeres cargadas de hijos pero que desconocían lo que era un orgasmo o lo vivían con sentimiento de culpa. Hay detalles en el cómic que nos hacen pensar en ello: Maruja se casó sin amor y en la maleta donde esconde Herminia cosas de sus hijas que considera peligrosas vemos el libro La Función del Orgasmo de Wilhelm Reich. ¿En tus conversaciones con ellas habéis abordado la forma actual de afrontar la sexualidad en comparación con el momento histórico que les tocó vivir?
La verdad que es un tema al que me hubiese gustado darle más protagonismo en la historia pero por respeto hacia ellas opté por tratarlo de una manera más secundaria o velada. Dentro de que en parte las he desnudado en la historia, me parecía que contar su relación con un tema tan complejo como el sexo en esa generación podía violentarlas y no quería. Pero es cierto que ahora que están mayores, sí que he podido sacar el tema pero siempre de manera muy velada. Mi abuela Maruja nunca ha tenido un orgasmo, no sabe lo que es disfrutar del sexo. Es algo que el lector no va a encontrar explícitamente pero se lee entre líneas.
– Durante el proceso ¿recibías feedback de tus abuelas? ¿Cuáles han sido sus comentarios al resultado final? ¿Cómo se ven ellas reflejadas?
Hubo un primer momento, en el inicio, donde ellas fueron muy importantes a la hora de generar la historia: las grabé mientras me contaron sus vidas y luego transcribí sus palabras y sus frases, me mostraron sus fotografías antiguas y las escaneé, fotografié sus hogares, a ellas en sus tareas. Pero posterior a esto, necesitaba distanciarme de ellas, para poder hacer una lectura más amplia de las mujeres de su generación sin estar tan marcada por la experiencia concreta de mis abuelas. Hay partes que rozan la ficción y no quería poder perder ese margen de libertad respecto a la narración. No quería hacer una lectura edulcorada de sus vidas, había que contar cosas amargas (intentando no perder la empatía y el respecto) y para ello necesitaba distancia.
De hecho a mi abuela Herminia siempre le he dicho que su personaje está incompleto porque no se refleja del todo lo alegre y carismática que es ella. Herminia es capaz de entender lo que estoy haciendo, el hecho de que yo no hablo solo de sus vidas sino de la de muchas otras mujeres. Pero está muy contenta porque salen sus anécdotas, la historia de su madre (que para ella es muy importante), ¡y porque siempre quiso ser famosa!
Mi abuela Maruja también lo ha leído pero ahora mismo ya está muy deteriorada, el parkinson ha avanzado mucho y no es del todo consciente de lo que transmite el personaje: ella ve sus objetos, sus frases y su bata rosa, me dice que sale fea y se ríe pero no entiende lo que refleja su historia. Sin embargo, el día que presenté el cómic en Madrid ella vino y me puse muy contenta porque la vi realmente emocionada. Al final ha entendido lo que tenía que entender: el gesto de amor de su nieta hacia ella.
– Las abuelas son un recurso recurrente en monólogos supuestamente graciosos, incluso se utilizó el estereotipo de señora mayor torpe pero entrañable para publicidad de la Lotería de Navidad y es frecuente encontrar frases tipo como explicar a tu abuela… encabezando algún tipo de información más o menos técnica. Obras como la tuya invitan a ver más allá y reflexionar sobre el tipo de vida que ha supuesto para una generación de mujeres soportar una posguerra y una dictadura como una losa que les ha impedido siquiera tener sueños. ¿Crees que es un cómic feminista?
Por supuesto que creo que es un cómic feminista. No creo que las historias feministas solo sean aquellas que rescatan vidas de mujeres fuertes y luchadoras. Feminista también es hacer una lectura crítica de la vida de una mujer que ha cumplido con el rol que le tocó vivir en su época. A través de sus historias de vida se habla sobre el rol de los cuidados, la “mujer florero”, la sumisión, etc.
– En el blog que publicaste durante el periodo entre que se te concedió el premio FNAC-Salamandra y la publicación del libro comentas que la realización de este proyecto te ha cambiado, que ha cambiado tu manera de entender tanto a tus abuelas, como a la sociedad misma. ¿En qué manera?
Tiene mucho que ver con la pregunta anterior. Al final todas y todos tenemos parte de esas mujeres dentro: han sido nuestras abuelas, nuestras madres, nuestra familia. Ellas nos han educado en gran parte, nos atraviesan por algún lado. La invisibilización del rol de cuidados en la sociedad está a la orden del día. La mentalidad de la sociedad española todavía tiene un poso franquista. Seguimos teniendo un cierto miedo a la palabra política y a la memoria, como si hablar de ciertos temas fuera a sacar a los fantasmas del pasado. Seguimos teniendo temas tabú. Obviamente cuando veo ahora a mujeres de esa edad soy más capaz de empatizar con ellas, teniendo en cuenta la distancia que hay entre sus vidas y la mía, pero las veo de otra forma. Una nunca sabe cómo van a repercutirle los proyectos, de hecho todavía no creo que haya pasado el tiempo suficiente para que pueda hacer el análisis completo sobre el efecto que ha generado en mí.
– Casi a la vez que Estamos todas bien han aparecido otros dos trabajos tuyos en los que la memoria es también un denominador común. Mexique, libro ilustrado que recoge la historia de 456 hijos e hijas de republicanas que fueron trasladados a México en 1937 en el barco del mismo nombre, cuenta con un texto extremadamente emotivo de la escritora María José Ferrada. ¿Cómo se enfrenta una a poner imágenes a algo a la par tan triste como bello?
Aunque parezca extraño, y es algo que todavía no comprendo del todo, justo es en este tipo de historias donde me siento más cómoda trabajando. Me interesa el reto de plasmar este tipo de experiencias dolorosas o traumáticas desde una estética sensible pero que no de pie al sentimentalismo, que invite a la reflexión, que no se quede estancada en el tiempo. Para mí ha sido todo un lujo trabajar con un texto tan bueno como el de Maria José Ferrada, nuestras miradas congeniaron desde el principio: ella se enfrenta a un texto dirigido a niños y niñas pensando que son adultos y creo que por eso mismo funciona.
– En Transición, por su lado, es uno de los primeros libros ilustrados que se ocupa específicamente de dicho periodo. En él, junto a Alberto Haller, responsable del texto, os alejáis del tono grandilocuente y distópico del discurso hegemónico. En el libro juega un papel esencial el valor simbólico de las imágenes, que además huyen de los personajes con nombres y apellidos y se centran en personas anónimas. ¿Cómo fue el trabajo de decidir exactamente qué imágenes mostrar?
Ha sido un trabajo muy largo de documentación previa. Es cierto que al ser un proyecto posterior al de Estamos todas bien venía con una mirada sobre la historia reciente de España muy empapada de lo cotidiano: el punto de vista de mis abuelas. Por ello, me parecía importante no sacar a figuras políticas si no era como telón de fondo de un personaje o de una imagen en la televisión. Quería retratar la política de la calle, de la sociedad. Vi muchos documentales del periodo de la transición como Después de…atado y bien atado (1979, Cecilia y Juan José Bartolomé) o La calle es nuestra (1975, Tino Calabuig, Miguel Ángel Cóndor), Votad, votad, malditos (1977 por Lorenzo Soler). Libros de ensayo como el de CT o la cultura de la transición: Crítica a 35 años de cultura española o novelas como Crematorio de Rafael Chirbes. Busqué fotógrafos de la época, me generé un archivo. Y junto con Alberto, poco a poco fuimos decidiendo qué cosas destacar de cada periodo, cuál iba a ser el escenario, los personajes, las metáforas. No queríamos caer en clichés y a menudo era difícil porque no teníamos tantas referencias y tantas imágenes previas que romper, especialmente de los 70 en adelante. El trabajo conceptual en este libro es casi mayor que el de dibujo.